martes, 15 de abril de 2014

Viejos escritos encontrados en el diario de gira Holanda 2009

Atrás había quedado la primera fecha de la primera gira en la historia de LOS SIQUICOS LITORALEÑOS, que por esas cosas extrañas del destino, se realizaba por Holanda y Bélgica. Atrás había quedado Paradiso, uno de los escenarios más importantes de Ámsterdam, con sus grandes consolas repletas de botonitos y la distancia de la gente que miraba impávida con un daiquiri en la mano.


LOS SIQUICOS habían llegado a una ciudad chica, así como Curuzú. Y quizá se sentían en un entorno más familiar, más conocido, aunque las distancias (todas) seguían siendo abismales. Pero lo fáctico fue que hasta los instrumentos se sintieron en casa y dejaron de funcionar, como sucede en Corrientes, por el calor, el polvo, o quién sabe por qué.


La ciudad en cuestión se llamaba Nijmegen, y el escenario, Extrapool, un centro cultural genial que ni siquiera en un local de instrumentos musicales a tres cuadras conocían. Habían impreso unos afiches buenísimos, donde una luna naranja sobre fondo verde era coronada por la leyenda “LOS SIQUINCOS LITORALEÑOS” (sic). Hubiera sido más lógico que se hubieran equivocado al tipear la palabra litoraleños, ya que el abecedario holandés desconoce el dulce sabor de la letra eñe; y los lugareños, esa extraña región mesopotámica. Pero no, mejor no hablemos de lógica.


Por ahí deambulaba un pintor australiano de penes que eyaculaban y sangraban a la vez, los que colgaba orgulloso durante la prueba de sonido. El comienzo del recital se demoró bastante, se esperaba más gente que nunca llegaría, entonces el show fue sólo para algunos pocos afortunados, los que sonrieron con cierto cinismo al ver entrar a LOS SÍQUICOS LITORALEÑOS caracterizados de gauchos sicodélicos. Pero ese gesto se les fue borrando apenas comenzaron a tocar. Hasta les extrañaba sentir su cuerpo moverse al compás de esas tonadas chamameceras enrarecidas que nunca antes habían escuchado. Ya no había distancia entre ellos y LOS SÍQUICOS, que tocaban a su lado, contemplando las vacas abducidas que se proyectaban en el fondo, como leyendo una partitura arcaica, añorando su litoral. La cara de los organizadores evidenciaba la necesidad de bajar el volumen, por alguna orden municipal, o simplemente por cortesía con sus vecinos. Pero eran demasiado europeos para decir algo. No había que decir nada, había que abrir las puertas, y así lo hicieron, mientras la noche culminaba con “Chipá Chirirí”, ese chamamé desfachatado. ¿Qué dice la letra?, me preguntó en inglés una holandesa con boina. Una receta, atiné a decir.  ¿Receta de qué? Del desparpajo. Y de la sinceridad que aflora, en cualquiera de sus formas.