¿Cuándo y cómo llega a vos la idea de hacer este documental?
Cómo todo en esta
vida, toparme con Los Síquicos Litoraleños fue una sumatoria de hermosas
casualidades. En 2005 trabajaba en Buenos Aires después de estudiar Imagen y
Sonido en el UBA, y un día me invitan a una fiesta en una vieja fábrica de
Parque Patricios, organizada por el holandés Dick El Demasiado, llamada
Festicumex. Justamente era la primera vez que Los Síquicos tocaban afuera de
Curuzú Cuatiá, y yo estaba ahí. Fue una noche que marcó mi vida. Nunca había
escuchado ni visto algo así. Desde el interior profundo, traían un nuevo
sonido, único, fascinante. No estaba seguro si era real lo que había visto o si
había sido un sueño. Durante mucho tiempo no supe más nada de ellos, hasta que
un día, gracias al Profeta Youtube, los busqué y encontré unos videos
increíbles de ellos tocando en escenarios rurales de Curuzú. Me contacté con
ellos por esa vía, y comencé a ayudarlos con Dafne Narváez (mi novia de ese
momento), en las pocas fechas que hacían en Buenos Aires, promocionando las
tocadas, haciéndole visuales durante sus shows, y por supuesto, filmándolos. En
el 2009 los encuentran de un sello holandés llamado WORM y los invitan todo
pago a realizar su primera gira, que resultó ser por Europa. ¿Y yo qué hice?
Vendí mi auto, me compré una cámara hdv, un pasaje y los seguí durante toda su
travesía. No me lo podía perder.
¿Cómo fue el proceso de investigación y guión junto a Santiago Van
Dam?¿Cuánto tiempo duró en total la realización de Encandilan luces?
El aporte de Santi
Van Dam fue muy enriquecedor, ya que era alguien externo con una mirada fresca
y más objetiva. Lo incorporé durante el Concurso Raymundo Gleyzer, organizado
por el INCAA, donde el proyecto quedó seleccionado en el 2013 por la región NOA.
Yo venía muy enfrascado en una película más superficial, una película hecha por
un fanático. Su gran don es que le encanta charlar, y comenzamos a charlar
mucho del documental, de qué se trataba, qué imagenes disparaba. Y así surgió
esto de profundizar en el “debate cultural” que plantea la película, ya que Los
Síquicos iniciaron en su región una rupturista escena musical, de la cual
deciden permanecer afuera. El documental reflexiona sobre eso, sobre el camino
o el no-camino del hacedor para desarrollar su potencial, sea músico,
arquitecto, o panadero. Hace poco Santi me dijo que la película es una “fábula sobre el éxito”. Me gusta esa
definición.
Desde 2009 (cuando
los invitan a Europa y es un poco el puntapié para hacer el documental) hasta
hoy pasaron 9 años. Por supuesto hubo muchas intermitencias en el medio, no es
que estuve todos estos años filmando. Fui padre, puse una productora en Salta,
construí mi casa. La vida.
¿La banda se prestó en seguida a participar? ¿Cómo se tomaron tu
interés?
Al comienzo
simplemente los filmaba durante sus shows, y a ellos les gustaba mucho que
queden esos registros, que luego se los compartía para subir a Youtube. En 2009
fue la primera vez que conviví con ellos, y ya no sólo los filmaba durante las
presentaciones en vivo, sino también en situaciones más cotidianas, que por
supuesto no servían para nada, principalmente porque ellos no estaban cómodos,
lo que me llevó a repensar la manera de retratarlos. Desde un comienzo les
entusiasmó la idea de hacer un documental, participaron activamente en todas
las etapas, sugiriendo ideas, seleccionando partes musicales donde les parecía
que sonaban realmente bien. Siempre les fui mostrando los diferentes cortes que
ha tenido la película. En estos años se han transformado en mis amigos, mis
hermanos, y más allá de que quizá alguna parte del docu no les entusiasma del
todo, siempre respetaron mi visión de director.
No hay una intención de abordar las vidas personales de estos
personajes, sino más bien los acompañás y retratás desde las entrevistas y las
imágenes. ¿Fue una intención desde el incio?
Al poco tiempo de
empezar me di cuenta que no le aportaba nada al documental construir los
perfiles de cada integrante. Ellos se disfrazan para tocar, sus presentaciones
son muy performáticas, y retratarlos en su cotidianeidad hubiera sido
desastroso, como quitarles el velo de misterio, como llevarlos al plano
terrenal. Quería que cuando termine la película el espectador dude de todo lo
que vio, si fue todo una farsa, que quizá lo fue. Preferí que Curuzú Cuatiá y
otros entrevistados hablen por ellos, y que sus participaciones sean las justas
y necesarias para mantener ese enigma, a cuentagotas. Me sirvió mucho, por
ejemplo, usar los audios de Radio Síquica, su programa radial, porque no sabés
quién de ellos está hablando, pero sin embargo construyen “un estado”. Me
acuerdo que en varios Encuentros de Work in Progress, camino obligado de
cualquier realizador o realizadora, miraban con desdén el proyecto y me
repetían “en el documental de creación es
muy importante construir el perfil de los personajes”. Bueno, en este no.
Cuando viajás a Curuzú, vas de algún modo a completar la historia
con los testimonios de quienes conocen y quienes no conocen a Los Síquicos
litoraleños. ¿Con qué te encontraste al momento de hacer las entrevistas?
¿Cómo fue ese proceso?
Retratar Curuzú
Cuatiá, su particular universo social, era importantísimo para el documental.
Curuzú tiene una historia muy peculiar. Fue un pueblo fundado por el mismísimo
Manuel Belgrano en 1810 y es cuna indiscutible de músicos chamameceros, eximios
estandartes de la música popular como Tarragó Ros, Edgar Estigarribia, los
hermanos Güenaga. Entonces la pregunta era qué tiene Curuzú Cuatiá, de donde
salen tantos músicos increíbles. Afortunadamente aparecieron varias teorías, algunas
más conservadoras, otras más descabelladas, como la calidad del agua del arroyo
Sarandí, la que relaciona el chamamé con los chamanes guaraníes, los avistajes
ovnis sobre las reservas de agua, o hasta los cucumelos que crecen en sus
praderas. Creo que no es casualidad de que de aquí también hayan salido Los
Síquicos, que mamaron el chamamé desde chicos, pero decidieron (concientemente
o no) llevarlo hacia otro lugar, hacerlo más extraño, que sin dudas lo
enriquece.
Hay una mirada estética muy clara, utilizando el archivo pero
también creando desde planos que nos hacen introducir en viaje psicotrópico a
través de una intriga de guión con los instrumentos perdidos en el campo. ¿Cómo
trabajaste esto?
La película se
escribió y se reescribió cientos de veces, pero el enigma de los instrumentos
perdidos está desde el primer tratamiento. Junto al montajista Federico Casoni,
nos llevó un buen tiempo encontrar la película en la isla de edición, ya que
particularmente tenía más en claro qué era lo que no quería hacer, que lo que
quería hacer. No quería hacer una película larga, no quería hacer un documental
de entrevistas, no quería hacer el perfil de cada músico. Pero por sobre todo no
quería hacer un documental contemplativo, dejar a una vaca que pase despacito de
izquierda a derecha del plano. Creo que es una mirada muy porteña sobre las
provincias. Si aparece una vaca es porque de su bosta crecen los cucumelos.
Entonces esas cosas fueron definiendo el ritmo de la película, así como un
viaje psicotrópico, que creo es como una melodía de Los Síquicos, por momentos,
descansa en un arroyo y por momentos es un collage frenético.
El documental indaga en el contraste entre el Chamamé clásico
(religioso, patriota, costumbrista) con el Chamamé
psicodélico o la Chipadelia de la
banda. A su vez, muestra que Curuzú y la región son un semillero, de donde
también surgieron Guauchos y Los Saltimbankis, por ejemplo. ¿Era un
punto de partida, charlado con ellos, o fue surgiendo de la investigación?
Algo muy rico de
los 9 años que transcurrieron desde que empecé a hacer el documental hasta que
lo terminé, fueron todas las historias que aparecieron ante mi cámara. Comencé
a descubrir que la música de los Síquicos empezaba a tener eco en los lugares
más recónditos del planeta, así como las esporas de un hongo que viajan lentas
pero seguras. No sólo los invitaron varias veces a Europa, sino, por ejemplo,
les editaron un vinilo en coproducción entre El Líbano y Estados Unidos, algo
que no logró ni la ONU, y que al mismo tiempo se vende en Amazon Japón. Un
disparate total. Pero lo que más me entusiasmó es la escena musical que
generaron, no sólo en su Curuzú natal, donde los gurises que los escuchaban
tocar comenzaron años después a hacer una música fascinante, sino también en su
región, el NEA, donde hoy por hoy creo que se hace la mejor música del país, no
olvidándose nunca de su raíz folklórica.
¿Cómo fue financiado el documental?
Al comienzo fue financiado
por mí, por supuesto. En ese momento trabajaba en relación de dependencia para
una productora en Buenos Aires, y tenía algo de dinero para viajar a Curuzú,
acompañarlos a Europa. Cuando volví a vivir a Salta en 2010 todo cambió. Para
terminar la película sí o sí necesitaba financiación, sino los minidvs iban a
morir en un baúl. Hice un trailer y en 2013 me presenté al Concurso Federal de
Desarrollo de Proyectos de Largometraje “Raymundo Gleyzer”, organizado por el
INCAA, el cual fue una hermosa experiencia recibiendo devoluciones de grosos
como Celina Murga, Diego Lerman o Leonel D´Agostino, a los que les entusiasmó
mucho el proyecto. Gané por el NOA, y un año después obtuve el crédito del
INCAA. También obtuve el Fondo Ciudadano de Desarrollo Cultural de la Provincia
de Salta, que fue fundamental para poder terminarla.
¿Qué significa estar en Mar del Plata con tu primer largometraje y
después de tantos años de trabajo?
Uf, en primer
lugar es un gran alivio haber terminado la película después de tanto tiempo. Me
siento felizmente liviano. Hubo momentos en que creía que no la iba a terminar.
También debo agradecer a Juan Pablo Di Bitonto y Hernán Luna, productores de
Carbono Films, que siempre confiaron en el proyecto y empujaron la carreta.
Estar en Mar del Plata es un sueño, no se me ocurre mejor puntapié para una
peli tan chiquita, hecha con corazón y tripas. Ya participé con un
cortometraje, que duraba 5 minutos, ahora son 80 minutos que tengo que
entretener a la gente. Espero que guste y hacer contactos para exhibirla en
otros festivales.
¿Cómo ves el panorama del cine nacional?
La verdad es que
está muy peluda la situación. Si las productoras de Buenos Aires están
cerrando, imaginate cómo estamos en las provincias, donde los proyectos son
muchos menos, y no contamos con las herramientas para desarrollarlos. Pero
tengo más dudas que certezas, la verdad, porque para empezar no sé cómo se hace
para vivir del cine sin endeudarse. Ir a Mercados Internacionales y esperar que
a alguien le interese tu proyecto y ponga dinero. No sé, a mí no me resultó ese
camino, y creo que es el camino que el INCAA quiere imponer, en el que van a
desaparecer estos pequeños films independientes. También hay un gran problema
con la exhibición de cine, que hace un tiempo vengo pensando teniendo en cuenta
que tengo mi primera película recién salida del horno, en la que invertí mucho
tiempo y cabeza no sólo en la imagen, sino también en el sonido, con una mezcla
increíble comandada por José Caldararo y Roberto Migone. Entonces, ¿cómo hago
para que la gente la vea y la escuche en buenas condiciones? Acá en el norte no
hay buenas salas, más allá de las multipantallas cuyo objetivo es otro y creo
que no tiene sentido querer entrar ahí, porque para empezar no sos bienvenido.
Creo que CINE.AR es una gran alternativa para ver cine argentino, es un gran
acierto del INCAA, pero por otro lado uno hace una película para disfrutarla en
una sala.
¿En qué proyectos te encontrás trabajando ahora?
Estoy escribiendo
mi segunda película, una comedia sobre gente que se queda sin trabajo y se va a
buscar oro clandestinamente a la Puna. Espero que no tarde otros 9 años para
concretarla.
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Antonella Defranza
para Revista Caligari
caligari.com.ar