martes, 19 de febrero de 2019

Entrevista al director Alejandro Gallo Bermúdez - Revista Caligari


¿Cuándo y cómo llega a vos la idea de hacer este documental?
Cómo todo en esta vida, toparme con Los Síquicos Litoraleños fue una sumatoria de hermosas casualidades. En 2005 trabajaba en Buenos Aires después de estudiar Imagen y Sonido en el UBA, y un día me invitan a una fiesta en una vieja fábrica de Parque Patricios, organizada por el holandés Dick El Demasiado, llamada Festicumex. Justamente era la primera vez que Los Síquicos tocaban afuera de Curuzú Cuatiá, y yo estaba ahí. Fue una noche que marcó mi vida. Nunca había escuchado ni visto algo así. Desde el interior profundo, traían un nuevo sonido, único, fascinante. No estaba seguro si era real lo que había visto o si había sido un sueño. Durante mucho tiempo no supe más nada de ellos, hasta que un día, gracias al Profeta Youtube, los busqué y encontré unos videos increíbles de ellos tocando en escenarios rurales de Curuzú. Me contacté con ellos por esa vía, y comencé a ayudarlos con Dafne Narváez (mi novia de ese momento), en las pocas fechas que hacían en Buenos Aires, promocionando las tocadas, haciéndole visuales durante sus shows, y por supuesto, filmándolos. En el 2009 los encuentran de un sello holandés llamado WORM y los invitan todo pago a realizar su primera gira, que resultó ser por Europa. ¿Y yo qué hice? Vendí mi auto, me compré una cámara hdv, un pasaje y los seguí durante toda su travesía. No me lo podía perder.


¿Cómo fue el proceso de investigación y guión junto a Santiago Van Dam?¿Cuánto tiempo duró en total la realización de Encandilan luces?
El aporte de Santi Van Dam fue muy enriquecedor, ya que era alguien externo con una mirada fresca y más objetiva. Lo incorporé durante el Concurso Raymundo Gleyzer, organizado por el INCAA, donde el proyecto quedó seleccionado en el 2013 por la región NOA. Yo venía muy enfrascado en una película más superficial, una película hecha por un fanático. Su gran don es que le encanta charlar, y comenzamos a charlar mucho del documental, de qué se trataba, qué imagenes disparaba. Y así surgió esto de profundizar en el “debate cultural” que plantea la película, ya que Los Síquicos iniciaron en su región una rupturista escena musical, de la cual deciden permanecer afuera. El documental reflexiona sobre eso, sobre el camino o el no-camino del hacedor para desarrollar su potencial, sea músico, arquitecto, o panadero. Hace poco Santi me dijo que la película es una “fábula sobre el éxito”. Me gusta esa definición.
Desde 2009 (cuando los invitan a Europa y es un poco el puntapié para hacer el documental) hasta hoy pasaron 9 años. Por supuesto hubo muchas intermitencias en el medio, no es que estuve todos estos años filmando. Fui padre, puse una productora en Salta, construí mi casa. La vida.


¿La banda se prestó en seguida a participar? ¿Cómo se tomaron tu interés?
Al comienzo simplemente los filmaba durante sus shows, y a ellos les gustaba mucho que queden esos registros, que luego se los compartía para subir a Youtube. En 2009 fue la primera vez que conviví con ellos, y ya no sólo los filmaba durante las presentaciones en vivo, sino también en situaciones más cotidianas, que por supuesto no servían para nada, principalmente porque ellos no estaban cómodos, lo que me llevó a repensar la manera de retratarlos. Desde un comienzo les entusiasmó la idea de hacer un documental, participaron activamente en todas las etapas, sugiriendo ideas, seleccionando partes musicales donde les parecía que sonaban realmente bien. Siempre les fui mostrando los diferentes cortes que ha tenido la película. En estos años se han transformado en mis amigos, mis hermanos, y más allá de que quizá alguna parte del docu no les entusiasma del todo, siempre respetaron mi visión de director.


No hay una intención de abordar las vidas personales de estos personajes, sino más bien los acompañás y retratás desde las entrevistas y las imágenes. ¿Fue una intención desde el incio?
Al poco tiempo de empezar me di cuenta que no le aportaba nada al documental construir los perfiles de cada integrante. Ellos se disfrazan para tocar, sus presentaciones son muy performáticas, y retratarlos en su cotidianeidad hubiera sido desastroso, como quitarles el velo de misterio, como llevarlos al plano terrenal. Quería que cuando termine la película el espectador dude de todo lo que vio, si fue todo una farsa, que quizá lo fue. Preferí que Curuzú Cuatiá y otros entrevistados hablen por ellos, y que sus participaciones sean las justas y necesarias para mantener ese enigma, a cuentagotas. Me sirvió mucho, por ejemplo, usar los audios de Radio Síquica, su programa radial, porque no sabés quién de ellos está hablando, pero sin embargo construyen “un estado”. Me acuerdo que en varios Encuentros de Work in Progress, camino obligado de cualquier realizador o realizadora, miraban con desdén el proyecto y me repetían “en el documental de creación es muy importante construir el perfil de los personajes”. Bueno, en este no.


Cuando viajás a Curuzú, vas de algún modo a completar la historia con los testimonios de quienes conocen y quienes no conocen a Los Síquicos litoraleños. ¿Con qué te encontraste al momento de hacer las entrevistas? ¿Cómo fue ese proceso?
Retratar Curuzú Cuatiá, su particular universo social, era importantísimo para el documental. Curuzú tiene una historia muy peculiar. Fue un pueblo fundado por el mismísimo Manuel Belgrano en 1810 y es cuna indiscutible de músicos chamameceros, eximios estandartes de la música popular como Tarragó Ros, Edgar Estigarribia, los hermanos Güenaga. Entonces la pregunta era qué tiene Curuzú Cuatiá, de donde salen tantos músicos increíbles. Afortunadamente aparecieron varias teorías, algunas más conservadoras, otras más descabelladas, como la calidad del agua del arroyo Sarandí, la que relaciona el chamamé con los chamanes guaraníes, los avistajes ovnis sobre las reservas de agua, o hasta los cucumelos que crecen en sus praderas. Creo que no es casualidad de que de aquí también hayan salido Los Síquicos, que mamaron el chamamé desde chicos, pero decidieron (concientemente o no) llevarlo hacia otro lugar, hacerlo más extraño, que sin dudas lo enriquece.


Hay una mirada estética muy clara, utilizando el archivo pero también creando desde planos que nos hacen introducir en viaje psicotrópico a través de una intriga de guión con los instrumentos perdidos en el campo. ¿Cómo trabajaste esto?
La película se escribió y se reescribió cientos de veces, pero el enigma de los instrumentos perdidos está desde el primer tratamiento. Junto al montajista Federico Casoni, nos llevó un buen tiempo encontrar la película en la isla de edición, ya que particularmente tenía más en claro qué era lo que no quería hacer, que lo que quería hacer. No quería hacer una película larga, no quería hacer un documental de entrevistas, no quería hacer el perfil de cada músico. Pero por sobre todo no quería hacer un documental contemplativo, dejar a una vaca que pase despacito de izquierda a derecha del plano. Creo que es una mirada muy porteña sobre las provincias. Si aparece una vaca es porque de su bosta crecen los cucumelos. Entonces esas cosas fueron definiendo el ritmo de la película, así como un viaje psicotrópico, que creo es como una melodía de Los Síquicos, por momentos, descansa en un arroyo y por momentos es un collage frenético.


El documental indaga en el contraste entre el Chamamé clásico (religioso, patriota, costumbrista) con el Chamamé psicodélico o la Chipadelia de la banda. A su vez, muestra que Curuzú y la región son un semillero, de donde también surgieron Guauchos y Los Saltimbankis, por ejemplo. ¿Era un punto de partida, charlado con ellos, o fue surgiendo de la investigación?
Algo muy rico de los 9 años que transcurrieron desde que empecé a hacer el documental hasta que lo terminé, fueron todas las historias que aparecieron ante mi cámara. Comencé a descubrir que la música de los Síquicos empezaba a tener eco en los lugares más recónditos del planeta, así como las esporas de un hongo que viajan lentas pero seguras. No sólo los invitaron varias veces a Europa, sino, por ejemplo, les editaron un vinilo en coproducción entre El Líbano y Estados Unidos, algo que no logró ni la ONU, y que al mismo tiempo se vende en Amazon Japón. Un disparate total. Pero lo que más me entusiasmó es la escena musical que generaron, no sólo en su Curuzú natal, donde los gurises que los escuchaban tocar comenzaron años después a hacer una música fascinante, sino también en su región, el NEA, donde hoy por hoy creo que se hace la mejor música del país, no olvidándose nunca de su raíz folklórica.


¿Cómo fue financiado el documental?
Al comienzo fue financiado por mí, por supuesto. En ese momento trabajaba en relación de dependencia para una productora en Buenos Aires, y tenía algo de dinero para viajar a Curuzú, acompañarlos a Europa. Cuando volví a vivir a Salta en 2010 todo cambió. Para terminar la película sí o sí necesitaba financiación, sino los minidvs iban a morir en un baúl. Hice un trailer y en 2013 me presenté al Concurso Federal de Desarrollo de Proyectos de Largometraje “Raymundo Gleyzer”, organizado por el INCAA, el cual fue una hermosa experiencia recibiendo devoluciones de grosos como Celina Murga, Diego Lerman o Leonel D´Agostino, a los que les entusiasmó mucho el proyecto. Gané por el NOA, y un año después obtuve el crédito del INCAA. También obtuve el Fondo Ciudadano de Desarrollo Cultural de la Provincia de Salta, que fue fundamental para poder terminarla.


¿Qué significa estar en Mar del Plata con tu primer largometraje y después de tantos años de trabajo?
Uf, en primer lugar es un gran alivio haber terminado la película después de tanto tiempo. Me siento felizmente liviano. Hubo momentos en que creía que no la iba a terminar. También debo agradecer a Juan Pablo Di Bitonto y Hernán Luna, productores de Carbono Films, que siempre confiaron en el proyecto y empujaron la carreta. Estar en Mar del Plata es un sueño, no se me ocurre mejor puntapié para una peli tan chiquita, hecha con corazón y tripas. Ya participé con un cortometraje, que duraba 5 minutos, ahora son 80 minutos que tengo que entretener a la gente. Espero que guste y hacer contactos para exhibirla en otros festivales.


¿Cómo ves el panorama del cine nacional?
La verdad es que está muy peluda la situación. Si las productoras de Buenos Aires están cerrando, imaginate cómo estamos en las provincias, donde los proyectos son muchos menos, y no contamos con las herramientas para desarrollarlos. Pero tengo más dudas que certezas, la verdad, porque para empezar no sé cómo se hace para vivir del cine sin endeudarse. Ir a Mercados Internacionales y esperar que a alguien le interese tu proyecto y ponga dinero. No sé, a mí no me resultó ese camino, y creo que es el camino que el INCAA quiere imponer, en el que van a desaparecer estos pequeños films independientes. También hay un gran problema con la exhibición de cine, que hace un tiempo vengo pensando teniendo en cuenta que tengo mi primera película recién salida del horno, en la que invertí mucho tiempo y cabeza no sólo en la imagen, sino también en el sonido, con una mezcla increíble comandada por José Caldararo y Roberto Migone. Entonces, ¿cómo hago para que la gente la vea y la escuche en buenas condiciones? Acá en el norte no hay buenas salas, más allá de las multipantallas cuyo objetivo es otro y creo que no tiene sentido querer entrar ahí, porque para empezar no sos bienvenido. Creo que CINE.AR es una gran alternativa para ver cine argentino, es un gran acierto del INCAA, pero por otro lado uno hace una película para disfrutarla en una sala.


¿En qué proyectos te encontrás trabajando ahora?
Estoy escribiendo mi segunda película, una comedia sobre gente que se queda sin trabajo y se va a buscar oro clandestinamente a la Puna. Espero que no tarde otros 9 años para concretarla.


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Antonella Defranza
para Revista Caligari
caligari.com.ar

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